Nuestra Casa. Nuestra Historia.

Fue una enfermedad, la tuberculosis, allá por el año 1940, la que originó toda esta historia. Uno de los hijos de Bartolomé Ros contrajo esta enfermedad y por aquellos años la única recomendación médica era “respirar aire de la montaña”.

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Con esa misión, Bartolomé Ros inició la búsqueda de una finca de montaña donde desplazar a su familia. Algo más de un año después encontró el Cortijo Balzaín, una antigua finca agrícola situada a las faldas de Sierra Nevada, muy próxima a la localidad de La Zubia, Granada. Desde el primer momento tuvo claro que ese lugar era el adecuado, pero fueron los años venideros los que terminaron por conquistar a la familia. La naturaleza, la tranquilidad y las posibilidades de autonomía fomentaron que en el Cortijo Balzaín confluyeran diferentes familias de capataces y agricultores. Aún hoy en día se conservan esas relaciones, siendo Pepe, el actual capataz del Cortijo, nacido y crecido en esas mismas tierras donde su padre trabajó.

En la casa grande vivía la familia Ros, en la casa situada a la entrada, el capataz, y en las casas situadas en La Fuente del Álamo, junto a un palomar con más de 200 años, vivían el resto de trabajadores.
La pasión de Bartolomé Ros por los Almendros le animó a sembrar todas las tierras del Cortijo con ellos. Entre bancales que descienden hasta el barranco por donde deshiela Sierra Nevada, 100 hectáreas de almendros despliegan un paisaje único que a finales del invierno y principios de primavera tiñen las laderas de blanco.

Bartolomé Ros siempre quiso que aquél lugar tan especial fuera un reducto de paz y familia, pero su familia se extendía a los trabajadores y amigos, por eso, todos los veranos celebraba su cumpleaños con una gran comida campestre invitando a personas de toda índole, encontrando situaciones impensables, por ejemplo en la post guerra, donde llegaron a compartir cordero El Algarrobo, un famoso bandolero de aquellas tierras, con los guardias civiles que le buscaban, pero ambos sabían que en esas tierras y en ese día, la tregua era una exigencia del patriarca.

Los años, la búsqueda de oportunidades profesionales y la propia vida de cada uno de sus hijos, provocó que el Cortijo fuera poco a poco tornando su calidad de residencia permanente hacia la de veraneo. El Balzaín nunca tuvo pretensiones económicas con sus almendros, por eso poco a poco la actividad agrícola del cortijo fue menguando hasta prácticamente desaparecer. Con el tiempo, las casas de La Fuente donde vivían los trabajadores y otras dependencias como los graneros, cuadras, etc. fueron abandonadas, quedando como vestigios del pasado, ruinas donde décadas después los nietos de Bartolomé escenificaban sus aventuras y fantasías.
El Cortijo pasó a ser el lugar de vacaciones familiares, la treintena de primos y amigos se reunían los meses estivales y pasaban inolvidables días de naturaleza y excursiones. Cualquier fecha era buena para ir al cortijo: navidad, semana santa o puentes. Pero de nuevo, la propia vida pasó y los niños, nietos de Bartolomé, que llenaban de vida el cortijo, crecieron y formaron sus propias familias. Cada vez se hacía más difícil reunir a toda la familia, P3020187por eso había que buscar una alternativa para que el Cortijo Balzaín recuperara su vida y su tradición familiar. Fue hacia 1998 cuando surgió la idea de crear un complejo rural, unas remodelar las antiguas dependencias y ofrecer unas casas rurales acogedoras para que otras familias disfrutaran de estas tierras tan especiales.

En el año 2000 se inauguraron las Casas Rurales Cortijo Balzaín. Desde entonces, los niños han vuelto, la vida ha vuelto. Esa sensación especial perdura y es disfrutada por familias de todos los rincones del mundo.

Siempre habrá tomates en el Huerto de Pepe que “robarle” para las excursiones; y mazorcas en los maizales de la fuente que tostar por la tarde; moras en “La calzada” donde arriesgarte y divertirte; y, desde luego, siempre habrán almendras, pues uno de los secretos que descubrirás en el cortijo es que las almendras están igual o más buenas verdes que maduras.

No existe una explicación concreta, ni una sensación única, pero ocurre con todos los visitantes. Al abandonar el cortijo, mientras recorres el camino hacia “la tablilla” y cruzas “la cancela”, siempre surge la misma pregunta con tinte triste: ¿Cuándo volvemos?
Y es algo inevitable. Volverás.

Por cierto, aquél niño con tuberculosis se curó y hoy cuenta con ochenta y tantos años. Puede parecer exagerado, puede que mis años en el cortijo me hagan subjetivo, pero el Cortijo Balzaín cura cuerpo y alma. Cinco generaciones de la familia Ros dan fe de ello.